martes, 2 de octubre de 2018

Viento Frío, cinco años después


 

Hace años que la Cruzada no llega hasta allá, porque hacen falta dos camiones, uno que lleve la gente de Vega del Toro para Puriales y otro que vaya directo para Viento Frío, en San Antonio de Sur. Pero este año nos dijeron que lo del otro camión era posible y mandaron para allá a Rafael, que es fundador de la Cruzada y puede resistir un viaje largo y luego actuar como si nada.

 

Con las pilas recargadas, luego del descanso en Vega del Toro, se abrió la puerta a una lejana comunidad que llevaba 5 años sin ver pasar La Cruzada. Foto: Jorg Ricardo


El camino para Viento Frío es impresionante. Primero ves el Toa, a lo lejos, entrando y saliendo de las montañas. Y las palmas y los árboles tropicales y el cielo que se une con el mar en lontananza y las cascadas y las nubes que salpican las puntas de las lomas. El camión iba muy rápido y el polvo se me pegaba en la cara. Entonces no sabía si lloraba emocionada por el paisaje o por el polvo entrando en mis ojos.


 

En el camino pasamos por el punto más alto en carretera de toda La Cruzada, un mirador solitario a 764 metros sobre el nivel del mar supera los 540msnm del afamado Alto de Cotilla en La Farola. Foto: Jorg Ricardo

 Cuando los lugares son muy alejados, lo mejor es ir de pie, porque se amortiguan los baches del camino y a mí me gusta ir mirándolo todo y disfrutar la travesía sabiendo que no será la última. Ir a Viento Frío es como un viaje en el tiempo. Luego de 10 kilómetros más o menos, comenzó a bajar la temperatura y el paisaje se transformó totalmente. Ya no había palmas, ni ceibas, ni cielo azul, ni manantiales que cruzaban las montañas; la vegetación parecía prehistórica. Sobre la tierra crece un manto de helechos de varios tamaños y formas que se mueven acompasadamente. Los helechos arborescentes y los pinos se alzan erguidos contrastando con un cielo gris brillante. 





Por su vegetación y calidad constructiva poco usual en esas montañas, la carretera por la que transitamos es única. Foto: Jorg Ricardo



Nuestro enorme camión llegó a tiempo para ahorrarles a los niños la caminata de 3km desde La Obra hasta Viento Frío para ver el teatro. Foto: Jorg Ricardo



Luego de 21 kilómetros y pico sin ver un solo ser humano en el camino imaginé encontrar en Viento Frío una comunidad casi virgen, de campesinos bonachones que nos esperarían con un jolgorio. Lo primero que me sorprendió fue encontrar electricidad en un lugar tan intrincado y ver que la carretera está en excelentes condiciones. Entonces pregunté qué se cultivaba allí y un muchacho joven con cadenas y reloj y muelas doradas me respondió: “Aquí sembramos ma- ma- ma- malanga”. Y luego me dijo que: “La- la- la- lata está a 100 y 80 pesos”. El muchacho tartamudo no tenía cara de haber sembrado mucha malanga en su vida. Y la mayoría de los que vi allí tampoco tenían estampa de campesinos. Sus ropas estaban nuevas y parecían traídas de Ecuador o de Rusia. Las mujeres tenían uñas curvas de acrílico y algunas lucían pelos largos y estirados con keratina. Tampoco nos esperaban con alegría. Se acercaron a la función con sospecha y desdén.




En Viento Frío, al contrario de todas las demás comunidades, nadie esperaba a La Cruzada. Cuando llegamos se pusieron a improvisar un lugar para la actuación. Foto: Jorg Ricardo


Los sembradores de malanga de Viento Frio fueron muy ríspidos y tímidos. Un público que lleva 5 años sin teatro se vuelve complejo... Foto: Jorg Ricardo



Pero Rafael, con su payaso Quirimbolo, los enamoró en un cuarto de tierra y enseguida la gente extraña de Viento Frío se empezó a reír. Y parecían todos niños alrededor del payaso y su guitarra. Y cuando se terminó la función se quedaron tristes porque les pareció demasiado corta y en agradecimiento nos dieron pan con huevo frito y jugo de naranja.




...pero Rafael fue muy valiente y su payaso Quirimbolo se ganó a los niños. Foto: Jorg Ricardo



Yo creo que en Viento Frío necesitan más el teatro que en otros lugares donde la gente se parece más al paisaje, donde las sonrisas son todas blancas y la alegría recibe a los cruzados. Yo creo que los camiones no deben faltar para llevar a los artistas hasta allá y que la gente se ría libremente sintiendo que la alegría es más valiosa que una gran lata de malanga.





Viento Frío es una comunidad pequeña, compleja y enajenada por el trabajo de campo. Después de cinco largos años La Cruzada logró llevar a unos rayitos de alegría con el teatro. Foto: Jorg Ricardo



Más fotografías en: https://www.facebook.com/pg/jorgricardofoto/photos/?tab=album&album_id=1367113920057807
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