Si
alguno de los que conocí en la Cruzada relatara su experiencia, seguro hablaría
de la cantidad de puestas en escena que ha visto, de sus favoritas y de las que
no le gustaron tanto. Mientras yo me sorprendo por primera vez con paisajes
increíbles, los pobladores de las serranías guantanameras llevan 28 años viendo
obras de diferentes géneros y estilos. Puede ser que un campesino en Los
Ciguatos, Tribilín o Barrancadero haya visto más teatro que un muchacho de El
Vedado. Además de un público entrenado y culto, la experiencia de casi tres
décadas de intercambio ha generado un movimiento importante en torno al arte y
el teatro en la montaña.
Disfrutar de los paisajes guantanameros es de las cosas más impresionantes de la Cruzada. Foto: Jorg Ricardo |
Muchos
niños que vieron la Cruzada durante su infancia luego estudiaron en las
escuelas de Instructores de Arte. Hoy, algunos de ellos son los que lideran
proyectos socioculturales en las comunidades más intrincadas. Mientras los
cruzados pasan una vez al año y dejan grabado en la memoria de la gente un día
de emoción, en La Clarita se queda el Teatro Campesino Monteverde; en
Chafarinas, el Proyecto Arcoíris; en Yateras, El Amor Toca a tu Puerta; y en
Palma Clara, La Flor del Café. Y así, en otros sitios de la montaña, van
quedando los hijos de la Cruzada, nacidos del trabajo de los instructores de
arte y los promotores culturales, quienes se encargan de ejercitar la alegría y
enseñar a los niños el changüí, el nengón, la puntillita y el quiribá.
En todas las comunidades los niños actúan para los cruzados en un trueque de arte y amor. Foto: Jorg Ricardo |
En el
año 2018 los cruzados actuaron para 191 comunidades en los municipios de Manuel
Tames, Yateras, San Antonio del Sur, Imías, Maisí y Baracoa. Se dieron 264
funciones con una cantidad de público total de 58 356. También se suspendió el
viaje a 18 comunidades por la lluvia y el mal estado de los caminos. Y no se
puede contabilizar la tristeza de esos niños y esa gente a la que no pudimos
llegar. Como tampoco se puede contabilizar la alegría y la emoción de cientos
de personas alrededor de un escenario improvisado y un retablo de títeres.
Nunca vi en la ciudad ni en un festival a tanta gente vibrando con una obra de
teatro. Eso solo lo he visto allá, en la montaña, a la orilla del río o cerca
de la playa.
Los peligros del camino y las dificultades de 34 días de vida en campaña se olvidan cuando te espera un público tan especial. Foto: Jorg Ricardo |
Los
cruzados son gente de buen corazón, porque no se puede hacer la travesía sin
amor, sin la seguridad de hacer crecer a otros con una canción, con un poema.
Solo se puede continuar la obra de la Cruzada si se cree firmemente en ella, en
su utilidad y en su valor real, ese que no se contabiliza ni se registra en una
cámara y que, seguramente, tampoco puedo describir en este relato, mezcla de
materia y memoria.
En 2018 lo más sensacional de la noche en la montaña fue la obra de transformismo “Tasca de señoritas” del grupo colombiano Desensamble Teatro Cabaret. Foto: Jorg Ricardo |
Los niños son el alma de la Cruzada y los payasos son sus preferidos. Foto: Jorg Ricardo |
La
Cruzada es, para mí, una obra
de fe, otra apuesta por un mundo mejor, un verdadero homenaje al Apóstol y a su
fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos”. Es el tributo
sencillo y hermoso de un abrazo y una flor silvestre en su pedestal. En
ese ir y venir por rumbos martianos fui recogiendo piedras, lustré mis botas
antes de la función y canté junto a los cruzados, durante 34 noches, la misma
canción:
Cuando termina la Cruzada el teatro se reinventa para volver el próximo año a la montaña con nuevas obras. Foto: Jorg Ricardo |
A Baracoa me voy,
aunque no haya carretera,
aunque no haya carretera,
a Baracoa me voy.
Con la mochila en el hombro,
a Baracoa me voy,
subiendo y bajando lomas,
a Baracoa me voy…
Y cuando se acerca el 28 de enero los niños salen al camino seguros de que se acercan los titiriteros con sus retablos llenos de historias. Foto: Jorg Ricardo |