domingo, 26 de agosto de 2018

A Baracoa me voy...


Foto: Jorg Ricardo


 Este año hice un viaje por Guantánamo junto a teatristas de diferentes partes de Cuba y de otros países. En ese viaje maravilloso de 40 días me acompañó Jorge Ricardo con su cámara. Entre los dos registramos gran parte de la experiencia para hacer un documental sobre los artistas y los públicos de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. Estas son nuestras impresiones sobre el paisaje y la gente que conocimos entre el mar y la montaña


Niña obnubilada por los títeres, en Paso de Cuba, Baracoa.
Foto: Jorg Ricardo


  
Subiendo y bajando lomas...

En la cabecera de mi cama tengo cientos de piedras. Muchas son de los sitios por donde pasa la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. Tenerlas cerca es convertir las historias en materia y hacerlas inmunes al tiempo, a los olvidos. Ahora las he puesto sobre la mesa para intentar reconstruir, desde la palabra, las historias que viven en sus olores, sus texturas, sus colores y sus formas. Este relato parte de la verdad que se construye entre la materia y la memoria, entre las fabulaciones de pescadores, campesinos, y el peso real de las piedras sobre mi espalda. Una verdad comprobable, solamente, en la experiencia de vivir con la gente de la montaña.
Entre las cosas más hermosas que he hecho en la vida está haber participado en la Cruzada, el más importante proyecto teatral de acción comunitaria en Cuba. El 28 de enero de 2018 salí desde el parque Martí de la ciudad del Guaso a las serranías de los municipios montañosos. Haría el mismo recorrido que, desde hace 28 años y durante 34 días, hacen los artistas para llevar el teatro a las comunidades de difícil acceso.


Markito en el Parque Martí, echándola antes de salir pa la loma.
Foto: Jorg Ricardo

Desde Punta Silencio en Yumurí, se ve el Yunque aunque no lo parezca.
Foto: Jorg Ricardo


Cada año, participan diferentes grupos de Cuba y el extranjero. Los colectivos guantanameros que lideran la Cruzada son Guiñol de Guantánamo, Teatro Ríos y La Barca. De otras provincias se suman muchos y pueden estar una o dos semanas, en dependencia del tiempo que les resten a sus vidas en la ciudad.
El evento, apoyado por las instituciones territoriales, se desarrolla en la provincia más montañosa del país, pues solo el 23% de su territorio es llano. Cada año los cruzados viajan por una Cuba profunda, haciendo teatro y descubriendo las maravillas naturales de Manuel Tames, Imías, Yateras, San Antonio del Sur, Maisí y Baracoa.
Me contaron los fundadores que la idea se le ocurrió al difunto Carlos Alberto en medio de un entrenamiento en Teatro Esopo. Los otros actores del grupo se enamoraron de la aventura y salieron por primera vez el 28 de enero de 1991, en homenaje al nacimiento de José Martí. En poco tiempo, aún en pleno Período Especial y condiciones muy precarias, la Cruzada se convirtió en una tradición que, hasta hoy, mantiene viva la pasión por el teatro en la montaña.


Cruzados sobre el camión, listos pa la función!!!!
Foto: Jorg Ricardo


El camión de Robertico, nuestro mejor chofer.
Foto: Jorg Ricardo
 En los primeros años se viajaba a pie y los artistas tenían que caminar hasta cuatro horas para llegar a los lugares donde harían la función. La comida la trasladaban en un arria de mulos que, a veces, tardaba más tiempo en llegar que los cruzados. Y de ahí sale el famoso cuento de los actores que terminaron la función y pasaron horas y horas esperando la comida, muertos de hambre, en medio del monte. Entonces llegó un campesino que los había visto actuar y les ofreció lo único que tenía: una lata de agua de coco. Y así esperaron felices e hidratados por el mulo que traía los frijoles y el arroz.
Cuando uno sale hoy del Parque Martí, hay que pensar en los cruzados de aquella época, esos que pernoctaban a la orilla de los ríos, dormían sobre frazadas y, cuando el frío les apretaba, tenían que envolverse los pies en periódicos y acostarse muy juntos para entrar en calor. Hay que pensar con orgullo en los viejos cruzados que pasaban hambre y frío, pero al día siguiente salían a actuar con amor y con bomba.
Afortunadamente, los avances en la logística, la coordinación y el apoyo institucional hacen la travesía mucho menos difícil. Sin embargo, yo que la he vivido intensamente creo que la idea del difunto Carlos Alberto aún sigue siendo una locura.



Isabel y yo camino a la lavandería del río Sabanalamar.
Foto: Jorg Ricardo
 Para mí, lo mejor de la Cruzada es, al mismo tiempo, lo más duro: su carácter itinerante. Puede ser que estemos en un sitio muy húmedo, y al día siguiente lleguemos a un semidesierto, porque la región donde más llueve en el país está en Guantánamo, y también la de mayor sequía. En ocasiones solo nos quedamos una noche en los lugares, otras, hasta tres días. A lo largo de la Cruzada tenemos un día libre siempre en los mismos sitios: Vega del Toro, Playa Imías y Boca de Yumurí.
Por lo general, las escuelas nos sirven de techo. Eventualmente, una casa de cultura, un campamento de pioneros, una sala de video o la casa de los pobladores. Cada uno de nosotros tiene su colchón y sobre él dormimos plácidamente entre los mosquitos, el frío, las ranas, las cucarachas, el calor, el polvo, la humedad, las arañas y cuanta cosa rara le dé por aparecer en aquellos extraños lares. Nos bañamos en ríos, en las casas de los campesinos, en baños de escuelas con agua helada, y cuando la cosa se complica demasiado nos brincamos el baño del día.


Bajando de la serranía y entrando al semidesierto de San Antonio del Sur.
Foto: Jorg Ricardo
 A algunos lugares, por las condiciones del terreno, hay que ir a pie, a caballo, en mulo, en carreta de bueyes, en volanta o en tractor, pero ahora tenemos un camión Kamaz blanco de último modelo que sube un árbol si le das duro al acelerador. El camión distribuye en poco tiempo a los grupos por las comunidades. Cada día salimos temprano en la mañana y se realizan alrededor de seis o siete funciones simultáneas en diferentes poblados. El camión va repartiendo a la gente y luego vuelve por ellos. En el mismo camión vamos a las funciones nocturnas que se realizan en el lugar más poblado de la zona. Muchas veces encontramos pobladores al borde del camino y los montamos con nosotros hasta el lugar del espectáculo. Entonces ellos llegan emocionados porque han estado muy cerca de los actores.
Los lugares, el clima y el público varían a diario. Lo mejor es que la comida también es diferente, con una sazón distinta en cada lugar, pues son los mismos pobladores los que cocinan para nosotros. En una guagua almacén cargamos la comida cruda y se cocina en las escuelas o en la casa de la gente que espera cada año la oportunidad de ser parte de la Cruzada.


Las niñas artistas de San Miguel, en Manuel Tames, nos dan la bienvenida.
Foto: Jorg Ricardo
 Entre lo más emocionante está la reacción del público. Cuando los cruzados llegan a las escuelas, ya es tradición recibir el regalo de los niños, que cantan, bailan y presentan obras de teatro. Al terminar las funciones, siempre hay una mesa cubana preparada con dulces caseros, café, refresco, frutas y vegetales. En algunas hay hasta almohadillas sanitarias, hipoclorito, metronidazol y otros medicamentos. La mayoría de las personas se disculpan por la austeridad de la mesa y nos hacen los cuentos del ciclón Matthew, que para nosotros ya está lejos, pero para ellos aún está muy presente.


Pioneros cargan a sus hermanos menores para ver la obra en Los Ciguatos.
Foto: Jorg Ricardo
 Cuando nos dan lo poco que tienen y además lo hacen con un cariño entrañable, yo entiendo porqué los actores siguen llegando hasta allí, sin importarles las adversidades. Y entonces me afecta menos estar lejos de mi familia por más de un mes y me importan menos los golpes y las picadas de bichos y las malezas de barriga y los refriados y la sensación de que mi vida está en peligro constante, por lo agreste del paisaje y por el riesgo de los caminos. Es por la gente de la montaña que entiendo cómo la idea loca de difunto Carlos Alberto puede seguir enamorando.

Derroche de maestría y color en la obra ¡Ay, margarita! de Teatro Callejero Andante, de Bayamo. Foto: Jorg Ricardo


El público de Puriales de Caujerí inundó las calles en la gran noche de teatro.
Foto: Jorg Ricardo
                                  
 La promesa de los cruzados es regresar a la montaña con su público más fiel.
Foto: Jorg Ricardo




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