El teatro llega a la escuela en Potosí
Aunque la Cruzada lleva 28 años llegando hasta lugares inimaginables, aún quedan sitios muy intrincados donde la gente nunca ha visto el teatro. A veces por las inclemencias del tiempo, por la falta de un transporte seguro o porque, sencillamente, el camino trazado por la Cruzada desde hace muchos años es el idóneo para llegar a un mayor numero de comunidades.
Cuando el teatro llegó a Potosí, fue por pura
suerte, porque este lugar del municipio Manuel Tames está fuera de la ruta,
pero como amaneció lloviendo mucho ya no se podían visitar las comunidades
previstas para ese día. Entonces Rafael, quien es fundador de la Cruzada y aún
mantiene ese espíritu de conquistar nuevos corazones, se montó en el camión y
fue directo hasta Potosí.
Todos los días el camión de la Cruzada sale con los actores en busca de nuevas comunidades para alegrar. Foto: Jorg Ricardo |
Después del camino peligroso y los sobresaltos
llegamos a un apacible pueblito de solo 46 personas donde antiguamente se
secaba café, hoy, uno de esos secaderos es la escuela. En las montañas las
escuelas son el centro de la vida y los maestros muchas veces han enseñado a
hijos y padres, a generaciones de campesinos que aún, con más de cuarenta años,
le siguen llamando Maestro a sus antiguos profesores de la escuela. Y por eso
la gente siempre regresa a esa pequeña “casa” de tablas, pintadita, arreglada,
con flores en los bustos de Martí. La gente regresa también por La Cruzada,
porque las escuelas son el escenario más común de las obras, son el sitio de
encuentro por excelencia entre la gente y el teatro.
Cualquier lugar de la montaña puede estar coronado por un busto de Martí y una bandera cubana. Foto: Jorg Ricardo |
Como es usual en las montañas, la de Potosí es
una escuela multigrado de 7 niños que comparten una misma pizarra y un mismo
maestro. Ninguno de ellos había visto el teatro, ni si siquiera en el
televisor, pues allí no tienen corriente eléctrica y los paneles solares no son
tan potentes para alimentar los televisores.
Cuando llegamos los niños estaban retraídos,
amontonados en una esquinita del aula, temerosos de las caras extrañas, de la
cámara, del teatro que llegaba de pronto sin avisar. Rafael se convirtió en el
payaso Quirimbolo y, por casi 2 horas, hizo reír a los niños de 0 a 120 años,
pues llegaron también los pobladores curiosos y se quedaron todos en la
escuela, la misma que antes era un secadero de café.
Los niños se asombraron mucho con la cámara y se quedaron junticos como protegiéndose unos a los otros. Foto: Jorg Ricardo |
Y Rafael me contó cómo fueron aquellas primeras
veces, al principio de la Cruzada, cómo iban a pie hasta los lugares cruzando
los ríos y escalando montañas, hundiendo sus botas en el fango con el jolongo
de los títeres en la espalda. La experiencia fue tremenda, pues a 29 años de
haber comenzado la Cruzada Teatral, no todos tienen el privilegio de actuar en
un poblado virgen. Yo estuve allí y pude ver las mariposas sobrevolando la
escuelita, escuché las canciones de Quirimbolo acompañadas por la guitarra y el
sonido del agua chocando contra las piedras del rio, vi la alegría infinita y
las lágrimas de la gente hermosa de Potosí, creí en la fuerza inmensa del arte
y me grabé en la memoria los rostros de esos siete niños que por primera vez
vieron el teatro.
Dos niños para una escuela en La Atención
Lo más conocido por
esta zona del municipio Imías es Los Gallegos, pues La Atención es un lugar que
tiene todas sus casitas regadas por el lomerío. Los caminos pedregosos de La Atención y Los Jagüeyes son
un reto para los cruzados que cada año llegan hasta allí.
Allá arriba, en La
Atención, se ven las nubes muy cerquita, se ven las lomas con sus verdes
contrastantes, se escuchan los cantos de los pájaros del monte y también, si el
silencio de la altura está bonito ese día, puedes oír las voces de dos niños
repitiendo ecuaciones matemáticas y leyendo en voz alta las historias de “La
Edad de Oro”.
En cualquier recóndito lugar de Guantánamo hay una escuela y hasta allí llega la Cruzada. Foto: Jorg Ricardo |
Alexandra y Josniel
son los dos únicos alumnos de la escuela en La Atención, los dos en grados
diferentes reciben clases del maestro Idelfrides quien camina a diario 4 kilómetros
desde su casa. Para mantener abierta la escuela, que necesita una matrícula
mínima de 4 alumnos, el maestro ha inscrito a varios niños de Los Gallegos, una
pequeña trampa de amor para que Alexandra y Josniel no tengan que caminar más
de cinco kilómetros todos los días hasta la escuela que les corresponde.
El maestro Idelfrides es uno de los tantos hombres y mujeres que aman su profesión. Foto: Jorg Ricardo |
Así, entre la
ilegalidad, la extraña ley y el amor infinito por el magisterio el maestro de
La Atención aparece entre las lomas con una guitarra al hombro, luego de una
larga caminata, para enseñarles a sus dos alumnos sobre los números, las
letras, las ciencias, el arte y el altruismo. A esa enseñanza se suma La
Cruzada que llega a la escuela con más actores que niños.
La matrícula de la escuela de La Atención se duplicará en los próximos años!!!! Foto: Jorg Ricardo |
Las actrices del
Grupo Ríos, de Guantánamo, esperan alegremente a que llegue más público de las
cercanías. Y así, en lo que se visten y se maquillan, en lo que llueve y para
de llover, en lo que el sol se esconde detrás de la nube y los caballos
relinchan se van sumando gente de la loma a la gran función.
Y nunca se vio por
aquel lomerío una función tan alegre y los niños se sintieron grandes y
especiales pues todos los juegos, las canciones, los cuentos, los títeres y las
sonrisas fueron repartidas entre dos en partes iguales. Y el maestro feliz de
sus pioneros se sonreía en una esquina del aula con el orgullo brotándole por
el brillo de los ojos.
Alexandra y Josniel fueron los protagonistas absolutos de la gran función de la Cruzada. Foto: Jorg Ricardo |
Solo en La Cruzada se
ven esas cosas, se ven escuelas con dos niños de zapatos tristes y de frentes
limpias y altas, se ven maestros con guitarras atravesando las lomas, se ven
actrices con el nervio de los grandes escenarios antes de entrar a una aulita
humilde de dos pupitres, se ven las lomas y el cielo más cerca como si el mundo
se hiciera más pequeño justo en el punto donde se encuentran el teatro y la
gente de la montaña.
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