La Cruzada está llena de gente linda, pero lo maravilloso es que no
paras de sorprenderte con su sabiduría y su mundo, que es muy distinto al tuyo.
Patana es uno de esos lugares que te fascinan, un sitio mágico. Allí conocí a
Ramón, el maestro.
Ramón es el
maestro de Patana, en Maisí, desde 1975 transita por una de las terrazas
marinas para llegar a tiempo a sus clases.Foto: Jorg Ricardo
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Patana está 5 kilómetros al noroeste de La Punta de Quemado, el
extremo oriental de la Isla. Allí viven 48 personas y la escuela multigrado
tiene 6 niños. Es uno de los pocos lugares en Cuba donde aún quedan vestigios
de la cultura aborigen, incluso algunos de sus habitantes conservan los rasgos
faciales de los antiguos pobladores de la zona.
Ramón es de La Máquina y todos los días hace un viaje de 4 kilómetros
para dar sus clases. Para llegar a Patana hay dos vías de acceso, una por el
sendero de las flores, que es la vía principal de 7 kilómetros, y la otra es La
Asunción, por donde se corta camino y llegas directo desde La Máquina. Pero
Ramón descubrió un atajo: el camino del maestro. Desde 1975 baja y sube una de
cuatro terrazas marinas de la Gran Tierra, entre las mejor delineadas a nivel
mundial. Llegar cada día al aula se ha convertido en una verdadera aventura
donde se entrelazan naturaleza y sabiduría desafiando al dienteperro.
El Camino
del Maestro una vía descubierta por Ramón llena de peligros y hermosura. Foto: Jorg Ricardo
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A Ramón a veces le dicen Mongo, y su escuela se llama Julio Antonio Mella.
En un aula hay niños de prescolar, segundo, cuarto y sexto grados. Cuando la
Cruzada llegó a dar las funciones solo aparecieron los niños, el maestro y el
delegado. Los otros estaban sembrando café o encerrados en sus casas,
escuchando rancheras en la radio. Patana me pareció un lugar misterioso,
cargado con energías extrañas. Entonces decidí quedarme y dejar ir el camión
con los actores. Ramón me mostró su camino y mientras escalábamos me contó las
historias del lugar.
Los seis
alumnos de la escuela adoran a su maestro quien los reparte por sus casas cuando
se acaban las clases. Foto: Jorg Ricardo
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El maestro me presentó a Elidio, el delegado, que es biznieto de
Narciso Mosqueda, el fundador de Patana. Dicen que el bisabuelo era español y
vino huyendo del barrio de Yara, en la desembocadura del río Miel, porque allí
había cometido alguna fechoría. Otros dicen que era desertor de la guerra del
68 y vino con un hermano desde la Jalda del Macho, en Vertientes. Lo cierto es
que llegaron huyendo de algo y se internaron en el monte para no ser
descubiertos. Entonces se encontraron una india que quedaba viva desde el
tiempo de las matanzas, de cuando los indios se daban candela y se tiraban del
cañón de Yumurí para que no los atraparan los españoles. Narciso Mosqueda se
enamoró de la india y le puso de nombre Carmen. Se casó con ella y ahí nacieron
los pataneros.
Dice Ramón que los Mosqueda no tenían caballos ni mulas, que solo
producían para el consumo propio, por eso nunca construyeron un camino. Yo creo
que tal vez tenían miedo de ser descubiertos y se mantuvieron siempre aislados.
Dicen que en Patana se casaban entre ellos: hermanos con hermanos y padres con
hijos, y todavía hay alguna gente con problemas. Yo vi un hombre ciego que es
hijo de primos hermanos. Dice el maestro que los pataneros de una época eran
caníbales y si llegaba un forastero con una mujer de paso por allí, ellos se
robaban la mujer y tiraban por un farallón al hombre.
En Patana
están los espíritus de los indios, dicen que todavían andan escondidos entre la
maleza y cuando salen a mirar el paisaje, ahí puedes verlos. Foto: Jorg Ricardo
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Dice Ramón que hay una Patana Arriba y una Patana Abajo, en la primera
es donde vive la gente y en la segunda quedan solo las mariposas, las cuevas y
los espíritus de los indios.
Dice Ramón que las cuevas de Patana Abajo son famosas desde que don
Carlos de la Torre y Huerta las mencionó en una crónica de viaje de estudios
naturalistas. Que ha venido mucha gente a visitarlas y se han encontrado
reliquias aborígenes. Me contó que en una de las cuevas del Pesquero de La
Yuraguana hay un niño de oro que está mirando al mar, que la gente ha intentado
encontrarlo pero los indios lo escondieron muy bien. Dice que el niño recibe
los primero rayos de sol de la mañana y que todo el que va por esa zona anda
muy avispado en el cueverío, por si se lo encuentra.
Bajar a la cueva es imposible sin equipamiento, Isabel y yo
nos quedamos en la entrada. Foto: Jorg Ricardo
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Dice Ramón que antes Patana era un lugar próspero y que allí vivían
muchas familias, pero poco a poco se fueron yendo todos. Yo imagino que fueron
los espíritus los que espantaron a la gente: la india en cueros con el pelo por
las caderas que salía de entre la maleza y las siluetas que se formaban en la
candela. Yo creo que los espíritus reclamaron su tierra y echaron de Patana
Abajo a los invasores. Pero dice Mongo que no fueron los espíritus, que fue el
hambre y la necesidad los que obligaron a los pataneros a irse de allí en el
Período Especial. Algunos se fueron a La Máquina; otros, a Punta de Maisí y a
otros sitios menos alejados. Sea como sea, en Patana Abajo ya no queda nadie,
solo los aparecidos y las luces de las almas en pena y, alguna vez al año, los
restauradores, arqueólogos y antropólogos que visitan las cuevas.
El Sorribo
de Patana, como le llaman los campesinos al Camino del Maestro, es realmente peligroso. Foto: Jorg Ricardo
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El maestro me habló de los muertos vivos de Patana, de esa gente que
con treinta y pico de años ya tiene la piel apergaminada y los ojos huecos como
pozos. Me habló de las casas que se llevó el ciclón y de la gente que se fue a
buscar casas nuevas en La Máquina. También me habló de los niños genios de
Patana, de esos que desde el prescolar están atentos a la mitad de la pizarra
que corresponde a los ejercicios de sexto grado. Me dijo que en la montaña hay
niños genios gracias a las escuelas multigrados, que él tiene a la niña
Sayonara, que quiere ser enfermera y quedarse a vivir para siempre en Patana.
Dice Mongo que él todavía se acuerda de aquella obra de títeres, “La
calle de los fantasmas”, presentada por el Guiñol de Guantánamo en 1997. Y vio
cuando el campesino de Patana dijo aquella famosa frase que ha quedado en los
anales de la Cruzada: “A mí nadie me jode, a ese muñequito lo están moviendo
por atrás”.
Las
mariposas de Patana Arriba son hermosas, vuelan junto a los caminantes sin miedo. Foto: Jorg Ricardo
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En el camino del maestro, están las mariposas, las ruinas de la casa
donde nació y de su primera escuela. Están las polimitas y árboles con flores,
está el escondite donde guarda sus botas para el fango y deja sus zapatos de
maestro. En el camino están sus marcas, sus historias y su sacrificio
cotidiano, está el orgullo de ser útil y su seducción por Patana.
Ramón me enseñó el lugar más hermoso de toda la Cruzada, la cima de la
cuarta terraza, desde donde se ven las otras tres y el mar y dicen que también
las montañas de Haití. Allá arriba me contó que los pataneros no tienen
relojes, que es una ley no escrita, desde el tiempo de los Mosqueda. Me dijo
que en Patana el tiempo es otro, un tiempo más lento que el tiempo de la Isla.
Aquí estoy
yo, en la cima del mundo invitado por Ramón.
Foto: Isabel Cristina jajajajaja
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Más fotografías en: https://www.facebook.com/pg/jorgricardofoto/photos/?tab=album&album_id=1407594386009760
Busca más historias de La Cruzada en entradas anteriores de Cambio de Rueda.
Consigues que uno viaje contigo y sienta tan cercanos lugares y gentes que en realidad están tan lejanos, geográficamente hablando. Y ese puntito de realismo mágico que suele empapar tus historias me encanta y me enamora. Gracias, es una gozada leerte siempre.
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