domingo, 4 de noviembre de 2018

Ramón, el maestro




La Cruzada está llena de gente linda, pero lo maravilloso es que no paras de sorprenderte con su sabiduría y su mundo, que es muy distinto al tuyo. Patana es uno de esos lugares que te fascinan, un sitio mágico. Allí conocí a Ramón, el maestro. 
 

Ramón es el maestro de Patana, en Maisí, desde 1975 transita por una de las terrazas marinas para llegar a tiempo a sus clases.Foto: Jorg Ricardo

Patana está 5 kilómetros al noroeste de La Punta de Quemado, el extremo oriental de la Isla. Allí viven 48 personas y la escuela multigrado tiene 6 niños. Es uno de los pocos lugares en Cuba donde aún quedan vestigios de la cultura aborigen, incluso algunos de sus habitantes conservan los rasgos faciales de los antiguos pobladores de la zona. 
Ramón es de La Máquina y todos los días hace un viaje de 4 kilómetros para dar sus clases. Para llegar a Patana hay dos vías de acceso, una por el sendero de las flores, que es la vía principal de 7 kilómetros, y la otra es La Asunción, por donde se corta camino y llegas directo desde La Máquina. Pero Ramón descubrió un atajo: el camino del maestro. Desde 1975 baja y sube una de cuatro terrazas marinas de la Gran Tierra, entre las mejor delineadas a nivel mundial. Llegar cada día al aula se ha convertido en una verdadera aventura donde se entrelazan naturaleza y sabiduría desafiando al dienteperro.


El Camino del Maestro una vía descubierta por Ramón llena de peligros y hermosura. Foto: Jorg Ricardo
 
A Ramón a veces le dicen Mongo, y su escuela se llama Julio Antonio Mella. En un aula hay niños de prescolar, segundo, cuarto y sexto grados. Cuando la Cruzada llegó a dar las funciones solo aparecieron los niños, el maestro y el delegado. Los otros estaban sembrando café o encerrados en sus casas, escuchando rancheras en la radio. Patana me pareció un lugar misterioso, cargado con energías extrañas. Entonces decidí quedarme y dejar ir el camión con los actores. Ramón me mostró su camino y mientras escalábamos me contó las historias del lugar.


Los seis alumnos de la escuela adoran a su maestro quien los reparte por sus casas cuando se acaban las clases. Foto: Jorg Ricardo

El maestro me presentó a Elidio, el delegado, que es biznieto de Narciso Mosqueda, el fundador de Patana. Dicen que el bisabuelo era español y vino huyendo del barrio de Yara, en la desembocadura del río Miel, porque allí había cometido alguna fechoría. Otros dicen que era desertor de la guerra del 68 y vino con un hermano desde la Jalda del Macho, en Vertientes. Lo cierto es que llegaron huyendo de algo y se internaron en el monte para no ser descubiertos. Entonces se encontraron una india que quedaba viva desde el tiempo de las matanzas, de cuando los indios se daban candela y se tiraban del cañón de Yumurí para que no los atraparan los españoles. Narciso Mosqueda se enamoró de la india y le puso de nombre Carmen. Se casó con ella y ahí nacieron los pataneros.
Dice Ramón que los Mosqueda no tenían caballos ni mulas, que solo producían para el consumo propio, por eso nunca construyeron un camino. Yo creo que tal vez tenían miedo de ser descubiertos y se mantuvieron siempre aislados. Dicen que en Patana se casaban entre ellos: hermanos con hermanos y padres con hijos, y todavía hay alguna gente con problemas. Yo vi un hombre ciego que es hijo de primos hermanos. Dice el maestro que los pataneros de una época eran caníbales y si llegaba un forastero con una mujer de paso por allí, ellos se robaban la mujer y tiraban por un farallón al hombre.


En Patana están los espíritus de los indios, dicen que todavían andan escondidos entre la maleza y cuando salen a mirar el paisaje, ahí puedes verlos. Foto: Jorg Ricardo

Dice Ramón que hay una Patana Arriba y una Patana Abajo, en la primera es donde vive la gente y en la segunda quedan solo las mariposas, las cuevas y los espíritus de los indios.
Dice Ramón que las cuevas de Patana Abajo son famosas desde que don Carlos de la Torre y Huerta las mencionó en una crónica de viaje de estudios naturalistas. Que ha venido mucha gente a visitarlas y se han encontrado reliquias aborígenes. Me contó que en una de las cuevas del Pesquero de La Yuraguana hay un niño de oro que está mirando al mar, que la gente ha intentado encontrarlo pero los indios lo escondieron muy bien. Dice que el niño recibe los primero rayos de sol de la mañana y que todo el que va por esa zona anda muy avispado en el cueverío, por si se lo encuentra.


Bajar a la cueva es imposible sin equipamiento, Isabel y yo nos quedamos en la entrada. Foto: Jorg Ricardo

Dice Ramón que antes Patana era un lugar próspero y que allí vivían muchas familias, pero poco a poco se fueron yendo todos. Yo imagino que fueron los espíritus los que espantaron a la gente: la india en cueros con el pelo por las caderas que salía de entre la maleza y las siluetas que se formaban en la candela. Yo creo que los espíritus reclamaron su tierra y echaron de Patana Abajo a los invasores. Pero dice Mongo que no fueron los espíritus, que fue el hambre y la necesidad los que obligaron a los pataneros a irse de allí en el Período Especial. Algunos se fueron a La Máquina; otros, a Punta de Maisí y a otros sitios menos alejados. Sea como sea, en Patana Abajo ya no queda nadie, solo los aparecidos y las luces de las almas en pena y, alguna vez al año, los restauradores, arqueólogos y antropólogos que visitan las cuevas. 


El Sorribo de Patana, como le llaman los campesinos al Camino del Maestro, es realmente peligroso. Foto: Jorg Ricardo

El maestro me habló de los muertos vivos de Patana, de esa gente que con treinta y pico de años ya tiene la piel apergaminada y los ojos huecos como pozos. Me habló de las casas que se llevó el ciclón y de la gente que se fue a buscar casas nuevas en La Máquina. También me habló de los niños genios de Patana, de esos que desde el prescolar están atentos a la mitad de la pizarra que corresponde a los ejercicios de sexto grado. Me dijo que en la montaña hay niños genios gracias a las escuelas multigrados, que él tiene a la niña Sayonara, que quiere ser enfermera y quedarse a vivir para siempre en Patana.
Dice Mongo que él todavía se acuerda de aquella obra de títeres, “La calle de los fantasmas”, presentada por el Guiñol de Guantánamo en 1997. Y vio cuando el campesino de Patana dijo aquella famosa frase que ha quedado en los anales de la Cruzada: “A mí nadie me jode, a ese muñequito lo están moviendo por atrás”.


Las mariposas de Patana Arriba son hermosas, vuelan junto a los caminantes sin miedo. Foto: Jorg Ricardo

En el camino del maestro, están las mariposas, las ruinas de la casa donde nació y de su primera escuela. Están las polimitas y árboles con flores, está el escondite donde guarda sus botas para el fango y deja sus zapatos de maestro. En el camino están sus marcas, sus historias y su sacrificio cotidiano, está el orgullo de ser útil y su seducción por Patana.
Ramón me enseñó el lugar más hermoso de toda la Cruzada, la cima de la cuarta terraza, desde donde se ven las otras tres y el mar y dicen que también las montañas de Haití. Allá arriba me contó que los pataneros no tienen relojes, que es una ley no escrita, desde el tiempo de los Mosqueda. Me dijo que en Patana el tiempo es otro, un tiempo más lento que el tiempo de la Isla.



Aquí estoy yo, en la cima del mundo invitado por Ramón.
Foto: Isabel Cristina jajajajaja


Más fotografías en: https://www.facebook.com/pg/jorgricardofoto/photos/?tab=album&album_id=1407594386009760
Busca más historias de La Cruzada en entradas anteriores de Cambio de Rueda.

1 comentario:

  1. Consigues que uno viaje contigo y sienta tan cercanos lugares y gentes que en realidad están tan lejanos, geográficamente hablando. Y ese puntito de realismo mágico que suele empapar tus historias me encanta y me enamora. Gracias, es una gozada leerte siempre.

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